El Niño Que Venció a la Ciencia

En aquella biblioteca se reunió, el tercer día del tercer mes, el consejo de sabios místicos. Esperaban al maestro que, tras veinte años de búsqueda, iba a revelarles el resultado de su investigación, a saber, el secreto del alma de los hombres.

La cita estaba fijada en la hora de luz vaga del atardecer. La reposada quietud de los doctos volúmenes, que se contaban por miles, y la acogedora semioscuridad del recinto invitaban a la somnolencia. Alrededor de la hemisférica mesa de la sala principal y sobre sus respectivos cuellos, cuatro cabezas, columnas de ciencia, eran presas del sueño que las hacía tambalear. Ahora uno dejaba caer la barbilla sobre el pecho, ahora el otro, recuperando enseguida la postura con presteza de resorte, al compás de un reloj secreto que medía la dilatada espera.

En un aparte, un aprendiz, un niño rubio de unos ocho años, se deleitaba en contemplar las evoluciones del polvo en la luz crepuscular que entraba por las ventanas. A la hipnótica danza de las partículas microscópicas se unió un bailarín bastante menos grácil, una mosca que con aleteos y zumbidos turbulentos enturbió el movimiento sutil, sacando al pequeño de su encantamiento. Dolido por la interrupción y con el ceño fruncido, el niño resolvió castigar con la pena capital al insecto, y lanzó rápidas las manos. Una palmada resonó en la biblioteca como una salva de cañón, rasgando el silencio y rompiendo el sopor del congreso de sabios. Esta mosca y este niño, lejos de estar fuera de lugar, tenían una misión primordial en la reunión. Eran la válvula del sueño, el regulador que impedía que las eruditas cabezas perdieran el equilibrio.

Devueltos repentinamente a la acción, los científicos se avergonzaban de haber sido sorprendidos en semejante acto de llana pereza. Intentando disimular su inoportuna siesta, la vistieron de meditación y barrunto. Uno por uno los hombres de ciencia declararon con solemnidad:

- “pensaba…”

Y expusieron a los demás el producto de su actividad cerebral. El niño, tras cumplir su pequeña venganza, escuchaba con curiosidad, desde una esquina en sombra, los discursos que se relataban cerca de él.

Se consumía la última luz de la tarde en los cristales de la biblioteca cuando las bisagras de la puerta de la sala crujieron, anunciando la llegada del sabio maestro. Un cuerpo consumido, coronado por una cabeza desmesurada, hizo su entrada por el umbral, acompañado por dos muchachos que cargaban sendas pilas de papel manuscrito. Se dejaron caer, el científico sobre un asiento y los amarillentos mamotretos sobre la mesa, calló el debate y se giraron las cabezas, dando toda su atención a aquel personaje que, escoltado por sus escritos, había prometido revelarles ese día el secreto del alma.

El maestro aguardó por un latido en silencio, para espolear la curiosidad de su auditorio tras la prolongada espera y justo antes de que la impaciencia se desbordara en los que aguardaban, comenzó su discurso:

- Desde el alba de la civilización se ha enseñado en las naciones que los seres vivos están compuestos de un cuerpo físico cuya naturaleza es corruptible y pasajera, y de un alma inmortal que participa de la infinita divinidad. Afirma el dogma que esta alma es el motor que anima la materia inerte que compone la anatomía; y que en el momento de la muerte se separan alma y cuerpo, regresando esta a Dios y fundiéndose aquel con la tierra.

Esta dualidad ha inspirado las más variopintas hipótesis y supersticiones, ha promovido guerras y ha arrastrado a millones de personas a un búsqueda vana de respuestas que expliquen su funcionamiento. Yo soy uno de esos aventureros que han requerido al universo una respuesta, pero en lugar de recorrer los caminos de la filosofía, he ceñido mi espalda con la erudición y he armado mis brazos con el escudo del rigor y la espada del método científico. Y hoy, desde la cima de mi obra, puedo afirmar que ¡el alma no existe!

Ante la rotundidad de esta afirmación, los sabios, que escuchaban con un sapiente dedo bajo el mentón, se agitaron en sus poltronas. El pequeño, que había seguido la disertación del maestro sin perder una palabra, osó salir de su oscuro escondite y acercarse a la mesa del congreso.

- Si el alma existiera – prosiguió el sabio maestro – y su papel fuera tan importante para la vida, habría de reflejarse su presencia en algún hecho tangible y mensurable de la fisiología de los seres. Yo he conducido el estudio de anatomía más ambicioso de la historia, he buscado la evidencia de la existencia del alma en los cuerpos de más de un millón de especimenes, a lo largo de cuatro lustros ¡he escrutado con mi bisturí hasta la más insignificante de las fibras! ha sido en mis manos un rayo de sol que violaba el secreto de sus sombras.

Y el fruto de mis trabajos es el catálogo que hoy presento ante ustedes. El alma es la vida del cuerpo, y la vida del cuerpo es el producto de los alimentos que ingerimos. No he hallado en veinte años un solo órgano, glándula o vaso en el organismo que no tenga una misión fisiológica claramente definida y que pueda ser el recipiente de una energía mística, a pesar de haber desmenuzado millares de cadáveres de toda condición, desde la forma fetal hasta la adulta. Tal como la predican las religiones humanas, el alma es una burda mentira que no tiene cabida en un selecto concurso como el que formo con mis honorables colegas…

Así se felicitaba el maestro con los reunidos cuando el niño aprendiz, incapaz de contenerse ni un solo instante más, le interrumpió con una pregunta

- Maestro – preguntó el pequeño - ¿no acabáis de afirmar que el alma es la vida y que se separa del cuerpo al morir?

- Eh, si… – contestó confundido el sabio a la brusca interrogación – eso es lo que enseñan los bárbaros.

- Entonces ¿cómo habéis querido encontrar el alma, que es la vida, buscando en los cuerpos de los muertos?

4 Comments:

  1. Cheto said...
    Curioso cuentecillo ^_^ me ha gustao.

    Anda que no hace tiempo que no escribo yo nada con algo de literatura ... últimamente sólo hago poemas que entienden los ordenadores :( (qué ganas de acabar estos dos meses de clase!!)
    Unknown said...
    Me ha gustado mucho el cuento. Supongo que es por el contexto y porque hace un rato le estaba comentando a Diego que me gustaría ver más pelis de Miyazaki (del que por cierto me he enterado hoy que va a hacer otra peli... ¿No se había retirado) pero según iba leyendo, tenía la imagen de la escena como en una peli de animación japonesa. :-)

    Gracias por tu regalo de cumpleaños (cuando debería ser al revés).

    Otanjou-bi Omedetou Gozaimasu! (by Google)
    Mavichi said...
    Intimista,simple,diferente y a la vez ardiente...

    No se le puede pedir más a los confines del alma, en unión con el Universo.En el momento en que Ágape se adueña de nuestro propio ser,parece que todo comienza a fluir al exterior,incluso nuestras ideas y pensamientos ocultos.

    Me ha gustado,sí señor.
    Anónimo said...
    Soy Juanma y digo:
    Qué chulada de cuento.
    Si lo has escrito tú, Pedro, te felicito por tu estilo, que me ha hecho imaginar a la perfección el ambiente en el que transcurre todo.

    Por cierto, el pobre sabio solo quería desentrañar si a algún órgano le correspondía una función desconocida y relacionada con el alma. Ese niñito me recuerda a Detective Conan.

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